Conscientes de la urgencia por cuidar el medioambiente y frenar el despilfarro de recursos naturales, las nuevas generaciones hoy se están haciendo cargo de generar cambios. En nuestra propia universidad hay personas que se preocupan por reciclar vestimentas y darle una nueva vida a lo que para muchos simplemente es basura. Acá la historia de una estudiante y una académica sebastiana que le hacen la cruz al fast fashion.
En noviembre del 2021, videos y fotografías del Desierto de Atacama convertido en vertedero de ropa dieron la vuelta al mundo. Los reportes revelaban que cerca de 59.000 toneladas de prendas llegaban anualmente al puerto de Iquique, de las cuales 39.000 terminaban en vertederos, sin ser revendidas.
El “fenómeno” es una consecuencia del denominado fast fashion, ropa desechable producida en grandes volúmenes, que al dejar de ser útil para el usuario, simplemente se bota y se convierte en un desecho difícil de eliminar. Entre 2000 a 2015, según A New Textiles Economy (un reporte de la Fundación Ellen MacArthur), la producción de ropa se duplicó, llegando a 100 mil millones de prendas. Curiosamente, las veces que se usa la ropa cayó 36% en el mismo período. Greenpeace agrega un condimento: ciertas prendas se usan sólo entre 7 y 10 veces y luego se botan.
Ante este crítico escenario, Daniela Celis, estudiante de 5° año de Tecnología Médica, tomó cartas en el asunto. En 2019 lanzó su propio emprendimiento de reciclaje de uniformes clínicos, teniendo a su madre como socia fundadora. @recimed._ es la cuenta de Instagram donde expone su trabajo y que tiene gran recepción entre sus más de 8.700 seguidores.
“Hace 3 años comenzamos con el proyecto, vendiendo prendas en la Universidad, por Instagram y en hospitales. Mi mamá fue al Hospital Calvo Mackenna y consiguió que tuviéramos un puesto. También fuimos a consultorios de Pudahuel, donde también teníamos permiso para vender (…) Con la pandemia, debimos seguir con el emprendimiento mediante redes sociales, pero nos ha ido bastante bien”, explica.
Daniela tiene el panorama claro: “El actual mercado de la moda fomenta en los consumidores una sustitución acelerada de la ropa. La gente no termina de usar una prenda y ya quiere comprar otra, otra y otra. ¿Qué buscamos nosotras? Concientizar sobre la reutilización de vestimentas que están en perfectas condiciones y extender su vida útil (…) De lo contrario, llegará un minuto en que se sobreexplotarán los recursos naturales”, detalla.
Y en su Instagram, la futura Tecnóloga Médica entrega más datos: “casi toda la ropa que llevamos puesta está elaborada sobre la base de cuatro materiales: algodón, lana, seda o fibras sintéticas. Los tres primeros se obtienen de forma natural, y el cuarto es un derivado del petróleo. Independientemente del origen del material, la fabricación del ropa es un proceso que supone prácticas que pueden perjudicar seriamente el medio ambiente (…) De ahí la importancia de reutilizar la ropa que ya no usemos o que haya dejado de ser útil en nuestro armario. Hacerlo supone un menor impacto ambiental, pues además de evitar complejos procesos industriales, también contribuye al ahorro de agua y energía”.
Similar opinión tiene Paola Marambio, académica de Pedagogía en Educación Física, quien tiene un extenso currículum en materia ambiental. “Es un estilo de vida”, dice la profesional. A los 18 años ya participaba de una asociación activista de ecología, “donde teníamos como misión enseñar a la gente sobre el reciclaje, en tiempos donde poco se hablaba de este tema”. Hoy, a sus 50 años, continúa realizando pequeñas grandes acciones que dan cuenta del querer ecológico. “Utilizar más la luz natural, abrir cortinas, utilizar paños y no toallas de papel en la cocina, privilegiar el vidrio antes del plástico”.
¿Y la ropa? Así como existe el fast fashion, también aparece el slow fashion. “Es un estilo que busca ropa de origen más natural, reciclada, más respetuosa con el medio ambiente y con las personas que las fabrican”, advierte. Hay tiendas y organizaciones, como Coaniquem, “donde vas y compras ropa de segunda mano, que está en buen estado y a buen precio, logrando una economía circular, la que puedas extender a tu familia, a tu grupo de amigos”, comenta.
Y siempre está la opción de dar una “segunda oportunidad” a la ropa que ya tienes. “Se le puede cortar el cuello, agregar un cuello, sumar un bordado, realizar cambios que te permitan renovar una prenda sin dañar el ambiente”.
El fast fashion tiene graves consecuencias en el planeta. La producción de ropa representa el 10% de las emisiones de CO2 a nivel global, y si la tendencia continúa, para 2050 se triplicaría el consumo de petróleo a 300 millones de toneladas para elaborar ropa.
La revista científica Nature Reviews Earth & Environment publicó en 2021 un estudio de investigadores de varios países que reveló que la producción mundial de textiles per cápita ha aumentado más del doble en 30 años. Ha pasado de 5,9 kilogramos a 13 kg por año. En la misma línea, el consumo mundial ha aumentado unos 62 millones de toneladas de productos textiles por año y los investigadores prevén que llegue a 102 millones de toneladas en 2030.
Datos de la ONU, revelan además la industria textil a nivel mundial consume cerca del 20% del agua del planeta. Solo la confección de un pantalón de mezclilla (o jeans) requiere 7.500 litros de agua. La guinda de la torta: la ropa puede tardar hasta 200 años en biodegradarse (según su composición) y puede ser tan tóxica como los neumáticos o plásticos desechados.
En medio de esta crisis, el llamado es a la compra consciente. “Ofrecer en mercados de segunda mano las prendas que no se usan y tratar de darle el máximo de vida posible antes de que termine arrojada en un lugar inadecuado”, explica José Miguel Arriaza, director de la Escuela de Energía y Sustentabilidad de la U. San Sebastián.
“Chile es uno de los principales importadores de ropa de segunda mano de Latinoamérica, lo que obliga a tener un control más estricto de la misma. Contamos con normativas sobre el transporte ilegal de residuos, pero se requiere aplicarlas de mejor manera”, agrega. Lamentablemente, el recambio descontrolado también afecta al mercado de los celulares, de los aparatos tecnológicos y todo aquellos bienes que quedan “obsoletos” a solo meses de ser adquiridos.
Dato final: el modelo de fast fashion provoca más de 92 millones de toneladas de desechos al año y 1,5 billones de litros de agua inutilizados. Solo el 15% de los desechos textiles post-consumo se recupera para el reciclaje. Un problema que avanza rápido, pero cuya solución se confecciona más lento de lo requerido.