A lo largo de la historia, la literatura no solo ha sido una expresión artística, sino también un instrumento para dar cuenta de nuestra interioridad y comprendernos a nosotros mismos, tanto como individuos, como sociedad. De este modo, la literatura pasa a ser un reflejo del yo, de nuestros grandes anhelos y profundos miedos.
“La literatura —específicamente, los grandes clásicos— se caracteriza por mostrarnos lo esencial y universal de la experiencia humana. Los grandes autores tuvieron la sensibilidad de captar lo más íntimo de lo humano y retratarlo en sus obras, de modo que cada uno de nosotros, en cierto sentido, se sienta interpelado e interpretado por la experiencia artística de la literatura. Al leer la Odisea, de Homero, no solo conocemos las peripecias de Ulises, sino que nos preguntamos qué hubiéramos hecho en su lugar y también nos cuestionamos sobre el proceso de transformación o crecimiento interior que vive su protagonista. De cierto modo, leer es vivir muchas vidas, pues nos obliga a ponernos en el rol de los personajes, convirtiendo la literatura en el laboratorio existencial por excelencia”.