A los 17 años, Nelson Cuturrufo migró a Santiago desde La Serena, para estudiar medicina. Dio sus primeros pasos como cirujano en la atención primaria de Renca, y al especializarse en psiquiatría formó el Programa de Salud Mental de la misma comuna. Paralelamente, durante años trabajó de forma parcial en el Hospital Félix Bulnes, hasta que en 2017 hizo su ingreso a tiempo completo, como jefe de servicios de psiquiatría, donde estuvo hasta el año pasado.
Hoy, a sus 58 años, tiene mayor flexibilidad para desarrollar otros proyectos. Además de su trabajo actual en una red de centros médicos, se dedica a iniciativas que unen la psiquiatría con su mayor pasión: el arte. El principal ha sido la formación de un taller de arteterapia en el Hospital Clínico Félix Bulnes, institución a la que sigue vinculado, ahora también desde su rol como académico en el Postítulo de Especialización Médica en Psiquiatría de Adultos de la Universidad San Sebastián.
-¿Cómo se gestó el taller que dirige en el Hospital Félix Bulnes?
Hace unos siete u ocho años, trabajé con pacientes en temas de adicciones. Aprendí bastante sobre cómo trabajar en algunas áreas, y vi que las artes visuales permiten el desarrollo de capacidades expresivas en los pacientes. Entonces propuse este taller para los pacientes. Para mí ha sido una forma de vincular la profesión con el arte.
-¿Puede el arte aportar a la salud mental de los pacientes?
La arteterapia ha demostrado validez científica y está incorporada en la guía clínica para el tratamiento de esquizofrenia, por ejemplo. Si bien no soy arte terapeuta, he visto que las personas con problemas para comunicar lo que les ocurre, pueden encontrar vías alternativas de expresión en el arte. Esto también facilita su integración social, el sentirse valorados y validados.
-Y en lo personal, ¿cómo desarrolla su propia expresión a través de las artes visuales?
Me gusta explorar una línea y la trato de desarrollar hasta llegar a cierto nivel. Durante toda mi vida he practicado diferentes técnicas, desde la pintura con acuarela, óleo, acrílico, ilustración, escultura. Me gusta probar materiales y ver todas las posibilidades que existen de crear.
El último trabajo secuencial que hice fue en el nuevo Hospital Clínico Félix Bulnes, que se entregó hace unos 2 años en Cerro Navia. En el sector aledaño quedaron restos de material de la construcción. Empecé a jugar con eso, hice una serie de esculturas con cosas que aparecían en la tierra, cual paleontólogo, formé bichos y animales extraños, y les inventé una historia. Estuve como un año trabajando en eso y tengo una colección, así que algún día tal vez vaya a mostrarla.
-¿Considera este talento por el arte como algo innato?
Mi padre pintaba algunos paisajes al óleo. Eso fue un estímulo. También, por mi personalidad introvertida, tenía facilidad para encontrar habilidades autodidactas. La clase de arte me gustaba mucho, aunque nunca fui muy bueno para dibujar. En las reuniones familiares, siempre mostraba mis caricaturas de la familia con sus frases típicas y todos se reían.
De pequeño siempre tuve la inquietud por hacer experimentos. Eso he tratado de mantenerlo en el tiempo, pero evolucionando y desafiándome continuamente. Yo no tengo tantas habilidades, es pura práctica y persistencia.
-¿Qué lo hace feliz?
Si me pregunta qué sería la felicidad, creo que tiene que ver con lo que le falta a las personas que sufren, que es la motivación. Los pacientes me dicen “la vida no tiene sentido”, y yo le digo que efectivamente no tiene, el sentido se lo va dando uno. Yo trato de hacer las cosas que creo me hacen feliz. Y todo se va uniendo. Mis padres son profesores jubilados, mi señora es profesora, vivo en un mundo de profesores, por ahí viene mi interés en la docencia. El arte siempre estuvo en mi vida. Y mi madre era profesora de educación física. De ahí que también me haga feliz el patinaje en línea, que para mí se ha transformado en una forma de vida. Y mi familia. Tengo 30 años casado, y tres hijos de 27, 25 y 22.
-Y a sus hijos, ¿también heredó la pasión artística?
Mi hijo mayor estudió literatura, luego ingeniería informática, que finalmente también es un lenguaje. Mi hijo del medio es director audiovisual, ha hecho un par de cortos que les ha leído bastante bien en festivales de cine. Mi hija chica estudia arte. Siempre quise estimularlos a que hagan lo que les gusta, lo que les sale más fácil y los motiva, según los dones de cada uno.
-¿Cómo traspasa esta mirada a los estudiantes de la Universidad San Sebastián?
Yo les muestro siempre a los becados lo que pasa con los pacientes. Vamos trabajando con estas experiencias para que aprendan otras formas de comunicarse con ellos.
Por ejemplo, siempre les pregunto a mis pacientes a qué se dedican además de sus profesiones u oficios. Tengo varios que pintan, dibujan, o escriben. En psiquiatría, a diferencia de otras especialidades, tenemos que describir las historias de los pacientes y a veces son cosas muy locas, muy extrañas, que si no la escribes, no puedes entender lo que le pasa al paciente. Por ejemplo, para graficar que tiene pseudo alucinaciones sinestésicas, tengo que escribir: “Percibe que un ser extraterrestre con dedos largos se introduce a través de sus venas y le dirige las manos para hacer tal cosa”. ¿Cómo explicas eso si no es con una figura literaria o artística? No se puede.
-¿Cuáles son sus próximos desafíos?
Ahora estoy muy metido en lo del taller del hospital. Ver cómo los pacientes se desafían es bien motivador. Espero terminar con una muestra final de año e idear una dinámica para que el taller pueda continuar sin mí después.
Tengo pendiente publicar mi segundo libro de cuentos ilustrados. El primero lo saqué el 2018 con la Sociedad de Psiquiatría. se llama se llama “El Valle Inquietante”. Son pequeñas historias ilustradas, sacadas de los pacientes. También estoy implementando un juego de mesa inspirado en el tarot.