“La decisión de estudiar física fue una cosa natural”, dice Marcelo Loewe, quien desde niño quiso entender el mundo desde su estructura más básica, con una temprana fascinación por interrogantes como ¿por qué el núcleo de los átomos se mantiene estable a pesar de estar compuesto por protones que se repelen entre sí? Esa curiosidad convivía con otra pasión que Loewe comenzó a nutrir desde los 7 años, la música, primero a través del violín, y posteriormente la viola.
Su amor por la física —la física teórica, aclara, ya que tras algunos accidentes se dio cuenta de que el laboratorio no era su lugar— y por la música crecieron literalmente en paralelo, ya que estudió al mismo tiempo licenciatura en física y licenciatura en interpretación musical superior, mención viola, en la Universidad Católica, obteniendo ambas en 1977.
“Ese periodo fue muy ajetreado, porque era un correr eterno entre la física y la música de cámara, dar una prueba de mecánica estadística y al otro día examen de armonía… No sé de dónde saqué energía para hacerlo. Pero no lo lamento, porque la música te abre la oportunidad de conocer mucha gente que de otro modo no sería posible”, dice.
Por ejemplo, cuenta que cuando llegó a Hamburgo, Alemania, a hacer un doctorado en física en el Deutsches Elektronen Synchrotron (DESY), lo invitaron a tocar en cuartetos en los que participaba nada menos que el director de este importante centro de investigación, entablándose así una cercanía “que de otra manera jamás habría tenido la posibilidad de establecer”.
Heredada de sus padres, ambos chelistas profesionales, la música “ha sido una compañera muy importante en mi vida”, dice, a tal punto que la heredó también a sus hijos: un violinista, una chelista, y también un ex-chelista que luego decidió dedicarse totalmente a la física. Manzanas que no cayeron lejos del árbol.
Marcelo Loewe, hoy investigador de la Facultad de Ingeniería, Arquitectura y Diseño de la Universidad San Sebastián, es reconocido nacional e internacionalmente en áreas de la física de partículas como la teoría de campos a temperatura finita y la física hadrónica, colaborando desde sus inicios con científicos referentes en estas materias en distintos países, destacando Sudáfrica, donde fue nombrado Fellow of the Royal Society.
Si bien se dedica también a otras áreas (como la mecánica cuántica no conmutativa, la teoría cuántica de campos, y la electrodinámica no lineal, que podemos abordar en otra ocasión), el profesor Loewe ha liderado casi ininterrumpidamente proyectos Fondecyt que le han permitido avanzar en el hilo conductor de su investigación, que mantiene hasta la actualidad: la física de interacciones fuertes, que se basa en la cromodinámica cuántica. En otras palabras, la fuerza responsable de mantener unidos a los quarks para formar partículas más grandes, como los protones y neutrones, constituyentes básicos del núcleo de los átomos y de toda la materia que observamos en el universo.
Básicamente la misma interrogante que despertó su curiosidad científica de niño, ahora varios pasos más allá, explorando la interacción entre quarks a través de experimentos en los que chocan, por ejemplo, núcleos de plomo, en condiciones extremas con una energía enorme y alcanzando temperaturas que son miles de millones de veces la temperatura del Sol. “Son temperaturas del universo temprano, y eso me emociona mucho: que hoy podamos hacer experimentos que nos permitan atisbar qué ocurrió brevísimos instantes después del Big Bang”.
Junto con la emoción de adentrarse en el agujero de conejo que es la física subatómica, descubriendo nuevo conocimiento sobre los componentes básicos de la materia -búsqueda que se remonta a los filósofos de la Grecia clásica-, el Dr. Loewe no ha dejado de cultivar su otra mitad. Tanto en la física como en la música ha encontrado una fuente de belleza que lo sigue sorprendiendo, ambas conviviendo de manera entrelazada, armónicamente complementarias.