Gabriela Mistral no solo fue profesora, sino que también escribió ensayos y artículos de prensa, fue representante diplomática y pensadora de la chilenidad, que distinguió al país en los distintos lugares donde estuvo.
El 10 de diciembre de 1945, pocos meses después de concluida la Segunda Guerra Mundial, Gabriela Mistral obtuvo el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca justificó el galardón “por su poesía lírica, que inspirada en emociones poderosas, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas del mundo latinoamericano entero”.
La poetisa había nacido el 7 de abril de 1889, con el nombre Lucila Godoy Alcayaga, en el Valle de Elqui del norte chileno, en su después añorado Montegrande. Años después recordaría en unos versos: “Todavía va en mi rostro/de hija del Valle frutero,/el sombreo de la higuera/la avidez del ‘durazneo’”. También haría un homenaje poético a sus cerros y al Creador: “El Valle de Elqui tiene montañas/que buscan a Dios en la noche/y lo hallan en amaneciendo” (ambos poemas reproducidos en Poema de Chile, La Pollera Ediciones, 2015).
La vocación inicial de la joven elquina fue ser profesora, labor que ejerció primero en La Serena, en Las Compañías, y luego en la Cantera, cerca de Coquimbo. Tuvo momentos de alegría y también desilusiones en su labor magisterial; posteriormente se marchó a seguir enseñando, en Santiago, en Temuco –donde le prestaba libros a un joven llamado Neftalí Reyes Basoalto, el futuro Pablo Neruda– y a Punta Arenas. De esa experiencia docente nos han quedado muchas reflexiones sobre la enseñanza, sobre la educación chilena y sobre la vocación del profesor, resumidas en su inolvidable “Decálogo del maestro”.
De la lectura de sus artículos y cartas se puede extraer un interesante cuerpo de pensamiento social y político, sobre el cual vale la pena volver, porque muestra una reflexión profunda y conceptos adelantados para su tiempo.
Sin embargo, la poetisa no solo fue profesora, sino que también escribió ensayos y artículos de prensa, fue representante diplomática y pensadora de la chilenidad, que distinguió al país en los distintos lugares donde estuvo. Emergió con una sencillez rural desde el Valle de Elqui, para transformarse luego en una figura de la educación y de la cultura, aunque seguramente ni ella ni sus compatriotas soñaron que llegaría a las más altas cumbres de la literatura universal.
De la lectura de sus artículos y cartas se puede extraer un interesante cuerpo de pensamiento social y político, sobre el cual vale la pena volver, porque muestra una reflexión profunda y conceptos adelantados para su tiempo. Le preocupó especialmente la situación de la mujer, su educación y posibilidades laborales, así como sus derechos políticos postergados. “El derecho femenino al voto me ha parecido siempre cosa naturalísima”, decía en 1928, mientras agregaba cuatro años más tarde, en un artículo titulado “Sufragio femenino”: “Lo elemental es que votemos no como adláteres, sino como mujeres que anhelan aportar algo de feminización a la democracia”.
El camino debía culminar en la capacidad de las mujeres para representarse a sí mismas, y no a serlo exclusivamente por hombres, lo cual sería “la segunda parte de nuestro feminismo actuante”. Eso exigiría mucho estudio –Historia, Derecho, Sociología, incluso Matemáticas– que les permitiría ser candidatas y futuras parlamentarias. El artículo concluía con una profecía: “Algún día Chile elegirá a una mujer para la Presidencia de la República” (los artículos están tomados de Gabriela Mistral, Pensando a Chile. Una visión esencial sobre nuestra identidad, Santiago, Catalonia, 2015; edición de Jaime Quezada).
Sin embargo, Gabriela fue conocida y destacada especialmente como poetisa, que comenzó a destacar tempranamente con sus Sonetos de la muerte, en 1914. Después vendrían Desolación (1922) y Tala (1938), entre otras obras que distinguirían su creación literaria. Justo Jorge Padrón se refiere así a la chilena: “Gabriela Mistral dinamiza la lengua española apuntando a los hallazgos que divulgarían las corrientes vanguardistas mediante arcaísmos, neologismos y voces del indígena y mestizo. Vibra en sus páginas la apología del mundo americano, el de la represión femenina, expresándose en una lengua coloquial, áspera y a veces desaliñada” (en Antología poética Hispano Chilena del siglo XX. Antología de la poesía chilena del siglo XX. Tomo II, Madrid, Fundación Chile-España/Ediciones Vitrubio, 2016).
Vale la pena recordar a Gabriela Mistral, hija del Valle de Elqui y gran patriota, por todo lo que entregó a Chile, país que debería conocerla mejor y reconocerla como se merece.
Esa obra y esa riqueza cultural fue lo que llevó a la poetisa chilena a recibir el máximo galardón de la literatura universal en 1945. En su breve pero significativo discurso de agradecimiento del Premio Nobel, Gabriela Mistral se proclamó “hija de la democracia chilena” e “hija de un pueblo nuevo”, en generoso reconocimiento a su querido Chile, en un momento que, dicho sea de paso, todavía las mujeres no tenían derecho a voto en las elecciones presidenciales (esa ley se promulgaría cuatro años después). En esa oportunidad agregó: “Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa”.
Hjalmar Gullberg, miembro de la Academia Sueca, dirigió un discurso en esa ocasión. Al finalizar le expresó a Gabriela: “habéis hecho un viaje demasiado largo para un discurso tan corto. En el espacio de algunos minutos, he contado, como un cuento, a los compatriotas de Selma Lagerloff, la extraordinaria peregrinación que habéis realizado para pasar de la cátedra de maestra de escuela al trono de la poesía. Para rendir homenaje a la rica literatura iberoamericana es que hoy nos dirigimos muy especialmente a su reina, la poetisa de la Desolación, que se ha convertido en la grande cantadora de la misericordia y la maternidad”.
Kjell Espmarsk sostiene en El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión (Madrid, Nórdica, 2001), que la chilena podría haber obtenido el galardón en 1940, si no se hubiera suspendido la entrega. Luego agregó que la importancia de haberle otorgado el reconocimiento a Mistral radicaba en que “por fin” se elegía a un poeta lírico, y que por primera vez se rompía “la limitación europea y norteamericana”, desde el Premio que había obtenido Tagore en 1913. El experto menciona que el Premio podría haberse otorgado antes a los auténticos pioneros, César Vallejo o Vicente Huidobro, lo que no altera la justicia del reconocimiento para la poetisa que abrió el camino a los Premios Nobel de Literatura de América Latina.
A 75 años de ese acontecimiento que enalteció a la cultura chilena, vale la pena recordar a Gabriela Mistral, hija del Valle de Elqui y gran patriota, por todo lo que entregó a Chile, país que debería conocerla mejor y reconocerla como se merece.
Alejandro San Francisco
Director del Instituto de Historia
Universidad San Sebastián
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