Joaquín Fermandois, nacido en 1948, actualmente es académico del Doctorado en Historia de la USS y, próximamente, dictará clases en el Magíster en Pensamiento Político. El oriundo de Viña del Mar también preside el Instituto de Chile, organismo que reúne a las academias nacionales de Lengua, Historia, Ciencias, Ciencias Sociales, Políticas y Morales, Medicina y Bellas Artes.
Como cada dos años, este 2024 se otorgará el Premio Nacional de Historia y Fermandois es uno de los cuatro candidatos, junto a César Ross, Marcial Sánchez y José Bengoa. “No hay nada escrito. La ley de probabilidad es bastante azarosa, así que nada está seguro ni mucho menos”, dice.
¿Cómo recibe esta postulación al Premio Nacional de Historia?
Este premio tiene que ver con distintos aspectos. El primero, responde a la disciplina, a la carrera y a la vida entregada a la historia. El segundo, es la importancia de nuestra conciencia histórica como país y, sobre todo, como seres humanos. Debemos considerar que tuvimos dos recientes mazazos. Uno de ellos, el estallido social, que expresó una voluntad colectiva y donde la gente asumió que había que borrar los 500 años de historia, ya que no solo eran los últimos 30 años, sino que toda la época colonial e indiana.
El otro mazazo fue la eliminación de la enseñanza de Historia en tercero y cuarto medio, como parte del currículum obligatorio (2020). Fue algo que decidió una comisión de manera más o menos transversal y con una explicación muy necia.
¿Cuál es el impacto de esto?
No es un tema de materia, sino que de educación. Personalmente, estoy de acuerdo con que Chile necesita más ciencia dura, teórica y práctica, pero cuando me preguntan “¿y de qué sirve la historia” yo siempre les digo que es lo único que tenemos. En cinco minutos más podemos caer todos muertos. Nuestro pasado es clave para entendernos. Es necesario generar sensibilidad y tomar conciencia sobre la relevancia de la historia.
¿Se debe revertir esta decisión?
Como representante de la Academia Chilena de Historia nos hemos dirigido directamente al Ministerio de Educación y a otras comisiones, también apoyados por el Instituto de Historia USS, buscando que no solo se reintegre dicha materia a tercero y cuarto medio, sino que también se pueda reformar el currículum escolar, con un enfoque que le de valor a la conciencia histórica e incorporando con mayor énfasis otras ciencias exactas, teóricas y prácticas, conformando una enseñanza integral.
¿Cómo evalúa el desarrollo de la historiografía en Chile? ¿Cuáles son los principales retos que enfrenta?
La historiografía chilena se ha diversificado mucho en los últimos 100 años. A mediados del siglo XX empezaron a llegar todas las influencias europeas. Noto, quizás, alguna concentración en temas pequeños, con un lenguaje que parece muy teórico, muy científico y que, en definitiva, son resúmenes de resúmenes, algo que me preocupa. Otro tema que mi contribución ha buscado cambiar es que está centrada demasiado en Chile. Una minoría siempre nos preocupamos del transcurso de la historia universal, de entender que estamos en un mundo, que las sociedades humanas son más parecidas que distintas, aunque esa es una tesis que podría ser discutida.
El segundo problema es que, aunque han aumentado bastante el número de historiadores y de publicaciones, nos es bastante difícil alcanzar al gran público. Las historias de divulgación que sí lo han hecho no tienen un estándar de conocimiento histórico, no alcanzan ese rigor. La divulgación es importante e implica cierta simplificación naturalmente. Yo mismo escribo en los diarios y, a veces, los juicios pueden parecer un poco rotundos, porque el espacio es poco y tiene que ser así, pero otra cosa es una historia semi inventada, porque es bonita o tiene un eslogan de moda.
Entonces, ¿cómo acercar la historia a las personas?
Pertenezco un poco a la generación de los que salimos a los medios. La idea es salir desde lo que yo llamo la “razón histórica”, es decir, lo más sintético, lo más al alcance de la gente que sea posible, pero con criterio del conocimiento histórico. La forma de razonar la historia es pensando que estamos entre el pasado y el futuro. La historia no es solo el pasado.
¿Cómo definiría su relación con la historia? ¿De dónde viene su pasión por ella?
Desde muy chico. No vengo de familia intelectual, pero mis padres hablaban mucho acerca de la política de la época (década del 50’). Mi madre me hacía rezar por la conversión de Rusia, en ese entonces la Unión Soviética. Fue todo un tema religioso. En el caso de mi padre, decía que íbamos a caer en manos del comunismo, que era muy peligroso todo lo que estaba pasando en el mundo y que Chile estaba mal. Todas esas cosas me empezaron a impresionar.
Además, leía cómics como “Commando” sobre la Segunda Guerra Mundial, luego el “Reader’s Digest”, donde lo primero que leí fue un análisis de Nikita Jrushchov, el dictador soviético. Luego empecé a leer todas las noticias internacionales en los diarios, todos los días. A los 12 años ya era una rutina. Lo interesante es que aprendí que lo que pasaba en el mundo era problema mío también, que tenía que ver con mi destino y mi mundo. Después me empecé a interesar en la historia de Chile.
En la época universitaria era considerado un joven rebelde por entrar a la carrera de Historia. No fui marxista, ni hippie, ni un señorito de sociedad y tampoco pretendía serlo.
Si tuviera que recomendar alguna de sus obras, considerando el contexto actual, ¿cuál sería?
Es difícil. Es como decir qué hijo prefiere usted o decidir entre su mamá y su papá, ¿a quién quiere salvar? Nos pone frente a un problema moral insoluble. Muchos consideran la “Revolución Inconclusa” (2013) como lo mejor que he escrito. Personalmente, recomiendo un libro que no ha sido muy leído, llamado “La democracia en Chile. Trayectoria de Sísifo” (2020), haciendo alusión a Sísifo que fue condenado a llevar una piedra desde el foso y vuelve a caer, lo que se asimila a lo que sucede con la democracia.
¿Cuál es su análisis del estado de la democracia en Chile?
Un historiador honesto no puede tener un sí o un no radical para nada. Yo creo que en Chile la democracia ha sido importante, pero ha sido problemática y ha tenido crisis cada 40 años. Si tomamos el estallido como una crisis, sería la primera desde la batalla de Lircay de 1830. Lo ocurrido a partir del 18 de octubre de 2019 no terminó con un cambio institucional violento, se canalizó al fin, hasta el momento, pero toco madera. Estamos en una época marcada por el vaivén de la democracia.